
Quienes hayamos tenido la desagradable experiencia de habernos topado en las redes sociales con un o varios (porque suelen actuar en grupos como los lobos) neofascistas sabemos que argumentar no es su fuerte y que recurren al insulto, a la descalificación y a la amenaza velada o no (últimamente no se cortan un pelo) en cuanto se le presenta la mínima incoherencia o contradicción en su discurso o pensamiento (si los tuvieren).
Perseverar en el intento de dialogar con un fascista de manera civilizada requiere alta dosis de paciencia, cuando no, de prudencia para no caer en la continuas provocaciones que suelen caracterizar su presunto diálogo para llevar el tema a donde se encuentran cómodos y seguros, que no es otro lugar que transmitir odio a raudales aderezados con no pocos exabruptos, groserías y salidas de tono. No viene mal reconocer que es difícil no caer en la tentación de devolver lo recibido en alguna medida. Craso error y no, precisamente, porque nos creamos situados en un plano ético y moral superior, sino porque se estaría alimentando a lo que estamos combatiendo en el fondo y las formas.
Por el azar, aunque tarde eso sí, ha llegado a nuestras manos un libro de la filósofa brasileña, Marcia Tiburi, editado en 2015, de título ¿Cómo Conversar con un fascista?, en el que realiza reflexiones sobre el autoritarismo en la vida cotidiana. Quien tenga la inquietud de leerlo debe saber que en él no encontrará una receta metodológica establecida sobre la forma de conversar con un fascista y sí una reivindicación del diálogo como guerrilla metodológica instauradora de lo común.
A lo largo de sus, algo más, de 160 páginas nos va desgranando como el fascismo cancela la oportunidad de pensarnos en común, estableciendo la tiranía de la masa frente a la singularidad de la multitud y que la subjetividad individualista y atomizada imperante, nos impele a la competición y consagra la meritocracia de los expertos, así como, el ruido ensordecedor de los medios de comunicación bloquea nuestra conversación impidiendo que nos escuchemos. Las redes sociales y la tecnología de la información y la comunicación amplifican un monólogo para sordos cuyo eco resuena cada vez más en un espacio uniformado, vertical, silente, opaco y fosilizado con la apariencia de mundo, contribuyendo a transformar al ciudadano en un fascista potencial.
El escándalo del fascismo no es su régimen político sino como éste rige los deseos.
Defiende el diálogo, mas allá de una dimensión idealizadora y utópica del mismo, como base de una ética del día a día, ya que es la base de construcción de otra política posible. De esta manera y de una forma cuasi provocadora, manifiesta que es más fácil ser antifascista en el ámbito macropolítico sin ver al fascista que nos habita.
Si tal como afirma la autora en el libro de forma humilde, si sus reflexiones de cómo conversar con un fascista no tiene éxito, tal vez pueda servir para alejarnos del fascismo en nuestra auto construcción personal y en la forma de relacionarnos de forma cotidiana con el otro, ya que de esta manera rompería la cadena del pensamiento autoritario que en su radicalidad termina en el fascismo.
En cualquier caso, conversar con un fascista, con éxito o no, tiene su riesgo, que no es morir en el intento, es el que nos puede llevar a entrar en la lógica perversa que sustenta a todo pensamiento excluyente y autoritario. El descubrimiento de esa lógica perversa lo dejamos para quienes sientan la inquietud de la lectura del citado libro, no con la esperanza de encontrar un recetario expreso y si más bien un acicate a una personal reflexión sobre las actitudes que inundan la vida cotidiana y hacemos o nos hacen no darnos cuenta.
Puño en alto
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